miércoles, 21 de octubre de 2009

Con la punta de la lengua.


El placer de un sabor se centra en la lengua y el paladar, aunque a menudo no comienza por allí, sino en el recuerdo. Y parte esencial de ese placer reside en los otros sentidos, la vista, el olfato, el tacto, incluso el oído. El sabor se asocia con la sexualidad mucho más de lo que los puritanos desearían. La piel, los pliegues del cuerpo y las secreciones tienen sabores fuertes y definidos, tan personales como el olor. Así como el aroma del cuerpo es excitante, del mismo modo lo es el de la comida fresca y bien preparada. Los olores de la buena cocina no sólo me hacen salivar, también me hacen palpitar de un deseo que si no es erótico, se parece mucho. Cierra los ojos y trata de recordar la fragancia exacta de una sartén con aceite de oliva donde se fríen cebollas delicadas, nobles dientes de ajo, estoicos pimientos y tomates tiernos. Ahora imagina cómo cambia ese olor cuando dejas caer en la sartén tres hebras de azafrán y enseguida un pescado fresco marinado en hierbas y finalmente un chorro de vino y el jugo de un limón... El resultado es tan estimulante como el más sensual de los efluvios.
Versión libre de un texto de Afrodita de Isabel Allende


Con
la comida me pasa como con el sexo:
Miro, huelo, acaricio con la punta de la lengua, saboreo con la boca...
Me tomo mi tiempo.